Durante una crisis como la caída de un avión, todos los involucrados
viven momentos difíciles: los sobrevivientes están en shock, con dolores y
lesiones de diferentes grados; sus familiares y amigos sufren angustia
esperando noticias sobre sus seres queridos, o pueden estar enojados por la
lentitud en la información; los cuerpos de rescate luchan por salvar vidas y
los de seguridad por evitar el acceso a curiosos.
En ese trance repentinamente llegan reporteros con cámaras, luces,
grabadoras y micrófonos, con la difícil tarea de buscar la historia para
informar a sus audiencias. Ellos tienen que enfrentar la situación de los
anteriores para obtener información y comunicar a la brevedad sobre el hecho.
Esa tarea es más difícil cuando se está iniciando el ejercicio profesional.
Cuando se empieza a ejercer la carrera como reportero, por lo regular se aprende
todo lo que no se enseñó en la universidad, pero uno no espera que las primeras
coberturas noticiosas sean las de una catástrofe como la caída de un avión
dentro de un aeropuerto. Eso les sucedió a varios reporteros y reporteras que cubrieron
lo sucedido en la madrugada del 31 de octubre de 1979.
Laura
Una de ellas es Laura Martínez Alarcón, a quien agradezco
haberme puesto en contacto con el sobreviviente Alessandro Annibali, luego de
lo cual surgió la idea de esta serie. Laura estaba por terminar su carrera en
la ENEP Acatlán cuando ingresó a Televisa: “Yo
era una de las reporteras nuevas y cubría de todo, especialmente diplomáticas.
El del Western fue el primer accidente importante que me tocó cubrir”,
recuerda.
Foto actual de Laura Martínez Alarcón
|
Ese día empezó para ella cerca de las 7 de la mañana con un
telefonema de su jefe de información, Raúl Hernández: “Cuando contesté, Raúl me dijo: ‘lánzate al aeropuerto porque hubo un
accidente; allá está Jacobo (Zabludovsky) y repórtate con él para que te dé
instrucciones’. Cuando llegué al sitio, mi primera impresión me la dio el olor,
algo que nunca se me va a olvidar. Después de caminar entre los escombros me detuve
cerca de un hangar en donde había un amasijo de restos, y cuando finalmente
encontré a Zabludovzky, él me ordenó: ‘Niña, vete al hospital de Balbuena a
donde están llevando a algunos de los heridos y entrevístalos”, evoca.
Contrario a otros compañeros, Laura buscó evitar el morbo y
el amarillismo: “Yo no le podía meter el
micrófono a alguien con la cabeza rota”. Cuando llegó al hospital,
afortunadamente para ella los médicos la canalizaron hacia los pacientes menos
graves: “Al llegar me presenté con un
médico chaparrito muy amable y le dije que no quería molestar a los
sobrevivientes pero necesitaba entrevistarlos. Inmediatamente me envió a un
cuarto en donde había un pasajero al que realmente no le pasó gran cosa, se
quemó las manos, el pelo y los pies porque iba descalzo”. El pasajero era
el italiano Alessandro. “En un inglés con
acento italiano, me empezó a decir que se había quedado sin nada: ‘No money, no
ticket, no nothing’; me decía que estaba solo y que aquí no conocía a nadie y
no sabía que iba a pasar. Esa entrevista la trasmitió Jacobo esa misma noche”.
Como resultado de esa transmisión, al día siguiente había
gran cantidad de chicas de la colonia italiana afuera del hospital, buscando
acompañar a su compatriota para que no estuviera solo. A lo largo de cinco días
Laura hizo más entrevistas con otros sobrevivientes, pero con el italiano surgió
una amistad que perdura. Dos años después del accidente y por instrucciones de
su psicoterapeuta, Alessandro regresó a México volando vía Los Ángeles en el
mismo número de vuelo. “cuando llegó lo
primero que hizo fue hablarme y decirme: ‘ya llegué y no se cayó el avión:
estoy vivo’. A los dos días lo llevé a Televisa en donde vio las imágenes del
avionazo. Se impactó muchísimo y cuando vio lo que quedó del fuselaje sólo
expresó: ‘me acuerdo que salí de ahí y me salvó la vida el haberme quedado en
medio del avión”, expresa la periodista que ahora vive en Barcelona.
Esa primera experiencia fue muy formativa para Laura: “Aprendí que en estos casos trágicos, uno
tiene que ponerse en la piel de la gente y tratar de aplicar la ética en la
cobertura para no hacer amarillismo. No recuerdo que la información en TV se
hubiera manejado como espectáculo, con imágenes de esos amasijos que no sabías
que era; el tema se trataba con delicadeza tanto en información como en
imágenes. Aprendí a matizar la forma de acercarme a los heridos, a respetarlos
e inclusive a apoyarlos”.
Rosa Elena
Rosa Elena con su esposo |
Rosa Elena Vázquez tenía poco de haber concluido su carrera
en la UNAM, cuando ingresó a El Heraldo de México para cubrir el Aeropuerto
Internacional de la Ciudad de México. Para ella el día también inició cerca de
las 7 de la mañana: “Me despertó mi jefe
Pedro Camacho y me comentó que por lo impactante del accidente había dudado en
enviarme, pero era mi sector. No tuve ni chance de bañarme, me puse lo que
encontré y me llevó mi hermana. Era la primera vez que me tocaba un evento de
esta naturaleza”, recuerda.
Cuando llegó, sólo quedaban restos humeantes del avión
esparcidos por todos lados: “Mi primer
impacto fue un shock por la escena que vi: caminé un poco y me detuve cerca de
un sitio en donde estaban colocando bolsas negras con restos humanos. Lo primero que se me ocurrió hacer fue orar por
todos esos fallecidos, pero reaccioné porque lo importante era empezar a enviar
información, además de que a mí me daba pánico ver cadáveres. Me di valor para
empezar a reportear y me trasladé al edifico terminal para estar pendiente de
los familiares que estaban llegando al aeropuerto”, comenta al recordar
esas imágenes.
La mayoría de los familiares estaban desesperados y se amontonaban
en las oficinas de la aerolínea en busca de informes; la dinámica de la
situación hacía lenta la atención provocando enojo entre las personas: “No recuerdo algo en particular sobre alguna
de las entrevistas que realicé, pero sí tengo presente el tumulto. De ahí, me
ordenaron ir a las instalaciones del Servicio a la Navegación en el Espacio
Aéreo Mexicano para tratar de entrevistar a los controladores. Caminaba como
zombi y cuando llegué encontré que el área estaba inaccesible y lo único que
nos decían a los reporteros es que toda la información saldría por la Secretaría
de Comunicaciones y Transportes”.
Después de estar todo el día buscando y enviando
información, por la noche regresó al periódico en compañía de su compañero
Jesús Saldaña: “En el camino Jesús y yo
íbamos muy impresionados, tristes, sudados y cansados, pero no recuerdo si hicimos
algún tipo de comentario. Además del accidente, tenía que checar la posible
huelga de Mexicana de Aviación, así que salí tarde del periódico. De todos
modos seguí la nota durante los 5 días posteriores.”
A Rosa Elena este accidente también le dejó una enseñanza: “Aprendí a superar el miedo de estar cerca de
cadáveres. Fue un momento muy importante porque me enseñó a sacar la nota
independientemente de las circunstancias. Un evento de esta magnitud se vuelve
muy formativo y ayuda a vencer temores y a ser más osados. Los jóvenes
reporteros que inician deben estar conscientes de que alguna vez tendrán que
enfrentar una situación crítica como la que a mí me tocó vivir y les
recomendaría que siempre busquen ‘la exclusiva’; asimismo les sugieron que combinen
el estudio con la práctica y que terminen su carrera”.
Durante su estancia en El Heraldo de México que finalizó en
1987, Rosa Elena cubrió la fuente del aeropuerto y lo recuerda gratamente: “Esa fuente fue una de las que mejores recuerdos me llevé. Podíamos
recorrer el aeropuerto de manera rápida porque no era muy grande y era más
fácil conseguir toda la información y sacar buenas notas. Hoy cada que voy al
aeropuerto, les platico a mis hijos que ahí viví gran parte de mi vida
profesional”.
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