Pocos temas crean unanimidad de opinión en una sociedad y, especialmente en política y luego de una elección presidencial, la opinión pública siempre estará dividida.
Las opiniones vertidas por diferentes actores durante el tiempo de las campañas, a través de manifestaciones públicas, redes sociales y medios de comunicación y lo que se expresará en los siguientes días y semanas sobre partidos y candidatos, me hicieron evocar la teoría de la “espiral del silencio” de la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann (1916-2010) sobre cómo la percepción de la opinión pública puede influir en el comportamiento de un individuo.
Para ella, las corrientes de opinión dominantes generan una atracción e incrementan su fuerza por el sentimiento de protección que brinda el estar con una mayoría. Según esto, el individuo, para ser aceptado, tiende a no expresar en público sus opiniones si éstas chocan contra las ideas percibidas como mayoritarias. Es decir, el miedo al aislamiento produce la adhesión pública a aquellas posturas que más presencia tienen en los medios y, por ende, en el espacio público.
La espiral del silencio parte del supuesto básico de que la mayor parte de las personas tienen miedo al aislamiento y buscan unirse a las mayorías, pero antes de manifestar sus opiniones tratan de identificar las ideas para luego sumarse a la opinión mayoritaria o consensuada. En palabras de la autora: “Es un proceso en espiral que incita a otros individuos a percibir los cambios de opinión y a seguirlos hasta que una opinión se establece como la actitud prevaleciente, mientras que la otra opinión la aportarán y rechazarán todos, a excepción de los duros de espíritu, que todavía persisten en esa opinión. He propuesto el término espiral del silencio para describir este mecanismo psicológico.”
De acuerdo con Noelle-Neuman, la principal fuente de información son los medios de comunicación mismos que, al definir el clima de opinión sobre algún asunto, buscan controlar a la opinión pública. Por tanto las organizaciones (partidos políticos, gobiernos, grupos de interés, ONGs, empresas, etc.) más hábiles para influir en la prensa, en la radio y en la televisión, tendrán más éxito en la batalla de las ideas y, consecuentemente, sus opiniones serán percibidas como mayoritarias.
Cuando fue expuesta por primera vez en 1977, esta teoría se aplicaba a la televisión por ser el medio de comunicación masivo y de influencia por excelencia; era el conducto por el que se informaban millones de personas al mismo tiempo.
Sin perder de vista que quién tiene la habilidad de acceder y/o proponer la agenda de los grandes medios de comunicación cuenta con una ventaja estratégica, no hay que olvidar que el desarrollo de Internet ha producido una fragmentación de las fuentes de información, una variación en los criterios de selección de noticias, y que el ciudadano común tenga a su alcance medios de expresión para sus ideas. Hoy la repetición de la información a través de las redes sociales es la que genera un espiral en la que las voces individuales contrarias a una tendencia masiva tienden a guardar silencio.
En ese sentido no deja de sorprender que, en un determinado momento, sólo un reducido número de personas logran conformar una opinión pública sobre un tema particular, incidiendo sobre los medios de comunicación, especialmente cuando estudios psicológicos y sociológicos han determinado que el público tiende a ser pasivo y son pocos los temas que pueden crear una opinión universal por parte de toda una ciudadanía. Me parece que un ejemplo de ello puede ser el #yosoy132, una opinión acotada a ciertos grupos, contrario al incendio en la guardería ABC de Hermosillo que unió una opinión de toda una sociedad.
Ante ello se podría entrar al debate de qué es realmente la opinión pública. Si es la suma de varias opiniones sobre un tema: ¿De qué tamaño tendría que ser el universo de opiniones para que sea considerada “pública”?
A raíz del inicio de las campañas políticas en México se empezaron a generar sondeos de opinión y encuestas que reflejaban la simpatía o rechazo de ciudadanos hacia cada uno de los aspirantes presidenciales. Los resultados de esas encuestas ¿formaron opinión? ¿Influyeron en las tendencias? ¿Fueron correctamente interpretados? Hace seis años dichos sondeos reflejaban una relación de intensión de voto de 36% favorable al PRD sobre un 31% del PAN. Hoy, seguramente no es el caso, pero en el caso del PRI había sondeos que le daban un porcentaje por arriba de 40 por ciento.
En este sentido, quizá vale la pena recordar lo que decía el sociólogo francés Pierre Bourdieu (1930 – 2002): "la opinión pública no existe", al considerar que la estadística no es garantía de imparcialidad, pues “al ser un análisis social no hay neutralidad valorativa en la formulación de los protocolos y cuestionarios”.
Aunado a ello, finalmente, habría que considerar temas técnicos como el tamaño de la muestra, la representatividad de la población, la desviación estándar, etc., pero, sobre todo, el papel de los propios medios de comunicación que, además de tomar postura, difunden las opiniones que dictan sus políticas editoriales o las tendencias/intereses de sus propietarios. De esta manera ¿Quién o cómo se forma la opinión pública? ¿La opinión pública puede desencadenar acontecimientos o son éstos los que generan aquella?
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