“Después de la colisión,
el DC-10 de Western se vio envuelto en llamas y la explosión de uno de sus
tanques de almacenamiento terminó de fragmentarlo. Hubo piezas, entre ellas las
turbinas y parte del fuselaje, que en estallido quedaron desintegradas. Los
restos de la aeronave quedaron esparcidos en un área de un kilómetro. La cabina
y una de las turbinas quedaron sepultadas entre los escombros del edificio de
las bodegas de mantenimiento de Eastern Airlines. Ahí estaban también los
cuerpos de los pilotos y de una aeromoza” (Excélsior, Nov 1 de 1979. Pág.
10).
Así describía el diario Excélsior el panorama después del
choque. Esa misma escena literalmente la vivieron los sobrevivientes, algunos
con severas lesiones y los menos prácticamente ilesos en la parte física más no
así en la psicológica.
Dr. Pedro José Ruíz en la actualidad
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Uno de ellos era un joven estudiante de medicina, Pedro José
Ruiz, originario de Costa Rica, quien luego de 35 años vuelve a relatar la
experiencia y las enseñanzas que la vivencia de la tragedia le dejó para la
vida. En aquél entonces Pedro había narrado a los medios: “A mi paso vi cuando menos a tres personas pidiendo auxilio, yo, la
verdad, como en un sueño, sólo pensaba en salir y cuando salí de los escombros
eché a correr como loco, no sabía hacia dónde pero quería alejarme de ahí.”
Hoy, de 60 años de edad, recuerda esa vivencia: “Recién había terminado mi Servicio Social en
el ISSSTE en Isla de Cedros, Baja California Norte y fui a Los Ángeles para
realizar unos trámites y a visitar a mi mamá quien vivía allá. De regreso, dado
que como todo estudiante, mis recursos económicos eran limitados, el vuelo
“tecolote” de Western era la mejor opción para llegar a Costa Rica, con escala
en México”.
Pedro ya era casado y su esposa se había adelantado a Costa
Rica para dar a luz a su primera hija a quien llamó Vielka, quien nación el siguiente
mes. Ya había prestado un año de servicio social en México y tenía que regresar
a su país para realizar otro año a fin de poder incorporarse al Colegio de
Médicos y Cirujanos de Costa Rica. “El
vuelo tenía una demora y por la hora y por el cansancio, todos nos dormimos
durante el trayecto que me parece fue tranquilo. Lo feo empezó al aterrizar en
la ciudad de México”, platica.
En efecto, la demora se originó por un cambio de equipo (de
avión), de manera que la aeronave que se estrelló no era la originalmente
designada para el vuelo 2605. Finalmente los pasajeros que aguardaban en la
sala 58 del aeropuerto de Los Ángeles, pudieron abordar a las 12:30 horas (2:30
de la mañana, tiempo de México).
DESPERTAR PARA VIVIR
LA PESADILLA
Cuando durante el vuelo o a punto de aterrizar se presenta
una emergencia, el comandante alerta a toda la tripulación e informa: el tipo
de emergencia, tiempo disponible, lugar y expectativa de aterrizaje, y da instrucciones especiales. El vuelo 2605 había
sido normal y sin incidentes, por lo que no se había hecho ningún procedimiento
especial. Tripulación y pasajeros esperaban un aterrizaje “normal”.
Pedro comenta: “Cuando
anunciaron que iniciábamos el descenso, todos nos preparamos y estábamos listos
y deseosos de tocar tierra. Creo que yo iba en el asiente 32 B, sobre el
fuselaje. De repente escuché un golpe que originó que todos los compartimientos
superiores se abrieran y las cosas empezaran a caer. Era una señal de que algo no estaba bien. De inmediato vi que
algunas personas que seguramente no traían el cinturón de seguridad abrochado empezaron
a salir de sus asientos, y en particular recuerdo que una chiquita que venía
sentada más atrás salió disparada y se fue a estrellar en contra de una pared
que estaba enfrente de donde yo iba sentado.”
Como si fuera partícipe de una película en 4DX, Pedro, aún
sujetado al asiento del avión contempló el atroz panorama de lo que quedaba del
avión y de la situación de los demás pasajeros: “En el impacto final, el avión se partió totalmente y quedé sentado como
a la intemperie; de hecho mi asiento se desprendió y prácticamente quedé a
media pista. Del avión no quedó nada excepto la sección en la que yo estaba. Mi
primer impulso fue alejarme de ahí pero seguramente por la fuerza del impacto
se había trabado el cinturón de seguridad.”
Sin pensar en nada más que liberarse el asiento y alejarse
del lugar, Pedro luchó desesperadamente para quitarse el cinturón de seguridad,
hasta que, seguramente por la adrenalina del momento, logró zafarse: “Cuando me liberé, inmediatamente empecé a caminar
por la pista, pero entonces me detuve al pensar que algo grave había pasado y
me devolví a lo que quedaba del avión; yo estaba golpeado y tenía una herida en
la mano izquierda, pero como estudiante de medicina me entró la conciencia de tratar
de ayudar”, evoca.
No obstante sus intenciones, en el trayecto fue detenido por
unos rescatistas y llevado a la sala del aeropuerto habilitada para atender a
los sobrevivientes para de ahí trasladarlos al hospital; ya en la sala
finalmente pensó en la preocupación que tendrían su mamá y su esposa. Así lo
recuerda ahora: “En la primera
oportunidad que tuve llamé por teléfono a mi mamá para avisarle que estaba
bien. Ella lo tomó con calma, se alegró de que todo estaba bien y que me dijo
que ella llamaría a Costa Rica para avisar. Como que no tenía clara idea de la
situación”.
Y A VOLAR NUEVAMENTE
En el hospital lo revisaron y le dijeron que no había más
lesiones. A las pocas horas llegó su mamá quien, junto con otros familiares de
los pasajeros del fatídico vuelo, había sido trasladada por cuenta de la
aerolínea. Tras alegrarse de verlo a salvo, la señora le informó que a la
brevedad lo llevaría a Los Ángeles para que le hicieran estudios más a fondo: “Cuando me dijo mi mamá que me llevaba a Los
Ángeles, me dio miedo el tener que volverme a subir otra vez a un avión, pero
el mejor apoyo lo tuve por parte de ella misma quien me ayudó mucho para vencer
el miedo, ella me tranquilizaba en todo momento.”
Ya en Los Ángeles, fue revisado y luego de una semana,
con
la certeza de que no había daños internos, regresó a su país para agilizar los
trámites de su internado. Pero los efectos psicológicos del accidente
requirieron de tiempo para ser superados: “Estuve
en terapia como 7 meses y aunque funcionó bien, no puedo decir que quedé
completamente sano de esa herida por todo lo que viví; es muy duro recordarme
caminando por la pista y ver cadáveres, partes humanas y cuerpos calcinados. Al
principio tenía mucha ansiedad, mucho temor a volver a subirme a un avión y a
hacerle falta a mis seres queridos, por ejemplo a mi hija.”
El impacto le hizo cambiar su forma de ser: “Yo era muy impulsivo, pero luego del
accidente pensaba en todos los que
fallecieron y en que por alguna razón yo sobreviví y que el estar vivo después
de tan terrible situación sería por algo. Ello me llevó a moderar mi carácter y
con la madurez de los años aprendí a ser
más pausado y reflexivo.”
Un accidente de esas dimensiones deja una herida muy honda y
luego de sentarse a dialogar con Dios y reflexionar mucho en lo que pasó
comprendió el valor de la vida y de ayudar a quien lo necesita: “Ese accidente me enseñó a valorar la vida y
a responder en forma inmediata a las necesidades de los demás, lo cual aplico
en mi carrera como médico. Desde entonces, cada vez que encuentro a alguien con
una necesidad de ser atendido con urgencia, yo mismo busco y hago lo necesario
para que ese paciente sea atendido de inmediato”, expresa con firmeza.
Estar frente a la zozobra de otros y ver que muchos, en
estas circunstancias, no tienen la empatía de otros para recibir ayuda dejó muy
sensible a Pedro: “El accidente me enseñó
mucho a valorar lo que es la vida y siempre tengo presente ese momento en que
Dios me concedió la oportunidad de seguir en esta vida; desde entonces siempre
trato de ayudar a quien lo necesita”, finaliza su narración.
No todos los pasajeros del vuelo 2605 de Western Airlines
tuvieron la misma suerte. La mayoría falleció y entre los 16 sobrevivientes
hubo algunos que, lamentablemente, perdieron alguna parte del cuerpo. No
obstante, lo más probable es que unos y otros encontraran un sentido
trascendente a la vida, como asevera el Dr. Viktor Frankl: “El ser humano llega a ser creativo cuando
logra extraerle sentido a una vida que parecía absurda. La vida es potencialmente
significativa hasta el último momento, hasta el último aliento.”
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