Recientemente leí en un libro: “estamos constantemente esperando el momento perfecto para hacer algo.
Pero es que en realidad, nunca es el momento perfecto para hacer algo”. De
ello se dio cuenta un joven italiano al vivir lo que seguramente ha sido la peor
situación de su vida cuando el avión de Western Airlines se estrelló en el
Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, hace 35 años.
“Nos preocupamos
demasiado por cosas estúpidas, sin importancia, sin darnos cuenta de que la
vida puede terminar en cualquier instante”, narra Alessandro Annibali, hoy
próspero empresario en la industria de frutas frescas y botanas naturales, quien
el 31 de octubre de 1979 sobrevivió a la peor tragedia aérea dentro del
Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.
Alessandro, en ese entonces de 22 años y estudiante de
Administración de Empresas, estaba preparando su tesis sobre estándares
alimenticios, comparando los europeos con los americanos. En Los Ángeles, California,
había visitado a un par de proveedores de semillas, para el negocio de su
padre, y haría lo mismo en México.
Antes de llegar al aeropuerto angelino, había estado en Hollywood en la celebración del Halloween. Cuando
llegó al mostrador de documentación de Western Airlines, pidió un asiento en la
sección de fumar (en la parte posterior del avión), pero a bordo tomó una
decisión hasta ese momento intrascendente: “Era
un vuelo ‘tecolote’ que ya tenía una demora. Cuando abordamos, me sentía cansado
y preferí que me cambiaran a la sección de no fumar. Eso marcó mi destino”,
recuerda sin saber que justo sobre las alas, en donde le dieron asiento, está
la estructura más resistente de los aviones; de hecho es la única sección del
avión que quedó reconocible.
LOS PEORES MOMENTOS
Alessandro iba sentado en ventanilla del lado derecho. Describe
así el momento del accidente: “Cuando nos
pidieron prepararnos para el aterrizaje, me ajusté el cinturón. Al iniciar el
descenso había mucha neblina, de modo que no era fácil ver hacia afuera.
Entonces sentí un golpe muy fuerte y en ese instante todo empezó a ser un
desastre.” El golpe fue el impacto sobre un camión de volteo que trabajaba
en la pista que estaba cerrada, que desprendió el tren de aterrizaje del lado
derecho del avión.
“Fue entonces que vi
cómo el ala derecha pegó en el suelo y empezaron a salir chispas por el
impacto. Sentí como si
estuviera dentro de una lavadora, sin saber qué era
arriba o abajo ni izquierda o derecha, y veía a
pasajeros que eran aventados por todos lados. De pronto nos detuvimos
violentamente en contra de un edificio. No alcanzaba a entender que estaba
pasando y no sabía si se trataba de un sueño”, continua su relato.
Lo peor para él, había pasado. Dentro de lo que quedaba del
enorme DC10 había fuego, humo, gente que gritaba de dolor y desesperación. Lo
único que Alessandro pensó cuando se detuvo el brusco movimiento del avión, fue buscar la forma de salir de ese infierno.
“Me quedé sentado por
algunos momentos pensando en qué seguía y qué tendría que hacer. Lo primero fue
tocar mis piernas para darme cuenta de que aún las tenía y que respondían al
tacto. Sin embargo noté que mi brazo derecho sí estaba herido: había asumido la
posición de emergencia que te indican antes de despegar y puse mis manos sobre
el asiento delantero, pero resultó que mi brazo derecho se dislocó desde el
hombro. Una vez que me revisé, me desabroché el cinturón y me salí de lo que
quedaba del avión.”
No obstante todo lo que vivió, Alessandro no sintió miedo, tuvo
la sensación de que nada malo le iba a pasar: “Es raro, pero en medio de todo ello, sentí una especie de energía que
de alguna manera me estaba protegiendo. Tenía la certeza de que estaba viviendo
algo superior a mis fuerzas que yo no podía controlar; sin embargo en ningún
momento creí que estuviera a punto de morir. Era como sentir que mi abuelo
ponía su mano sobre mi hombro para protegerme.”
Una vez fuera de los restos del avión vino una explosión: “Estaba como a 30 metros del avión y había fuego
y mucho humo cuando de repente, no sé de dónde, vino una explosión y traté de
alejarme justo cuando un bombero venía hacia mí y me subió a su camión.” Para
ese momento el fuego le había quemado manos y pies, así como la barba y el
cabello.
Alessandro fue hospitalizado, primero en Balbuena, en donde
literalmente lo dejaron desnudo, y luego en un hospital privado al que estuvo
yendo y viniendo durante un mes para cuidar sus heridas físicas; aliviar las
heridas emocionales tomó un largo periodo en su tierra natal. En el lapso de ese mes, periodistas de
distintos medios se acercaron a él para tener sus comentarios sobre el
accidente, e incluso inició una amistad que ha durado por los años con la
entonces reportera de televisión Laura Martínez Alarcón quien “literalmente me convirtió en una
personalidad, especialmente entre la comunidad italiana que me apoyó de muy
diversas formas: desde invitarme a sus casas, hasta conseguirme pijamas, ropa,
zapatos y todo lo que podía necesitar. Me había quedado sin nada.”
UN VIAJERO
EMPEDERNIDO
Después de un mes, y ya con su familia en México, fue
invitado a pasear. El único inconveniente es que tendría que volver a volar.
Así, viajó a Acapulco, Mérida, Cancún y Cozumel, y después a San Francisco,
Nueva York y Dallas. Volar de nuevo, fue una especie de terapia, lo cual fue
bastante difícil. “Mi primer vuelo
después del accidente fue a Acapulco con mi mamá y mi hermana y durante el
aterrizaje lo único que podía ver era el mar y me atemorizó el que podríamos
aterrizar en agua y no en tierra”, explica.
Alessandro había estado viajando por varias ciudades: primero
estuvo en el Norte de Europa. Llegó a Londres en donde tomó un vuelo de Panam,
sujeto a espacio, y en lo que esperaba conseguir un lugar, hizo amistad con otro
joven que había estado viajando en bicicleta por Europa, era un estudiante de Berkeley, California,
quien le ofreció su casa para quedarse cuando llegara a los Estados Unidos. Ya
en América, se pasó una semana en Berkeley y luego visitó San Francisco en
donde tuvo la oportunidad de hacer nuevos amigos (entre ellos un fotógrafo y un
productor de cine).
Recorrió el Estado de aventones y en el camino conoció a una
chica brasileña con quien se fue a Nevada y Arizona. De regreso en Los Ángeles,
y en lo que llegaba la hora de ir al aeropuerto para volar a México, se dio
tiempo de visitar Hollywood en donde celebraban el Halloween.
EL APRENDIZAJE
Una vez recuperado del impacto emocional, Alessandro comprendió
el significado de nuestro paso por esta vida: “Tenemos que disfrutar cada momento de nuestra vida, tratar de ser
buenos, comportarnos bien y no lastimar a nadie. La vida es muy corta y no
sabemos cuándo terminará, por eso hay que disfrutar cada instante.
“A veces te sientes
mal porque los negocios no van bien, o porque te estás divorciando, o por
cualquier tontería, pero no te das cuenta de lo más importante: ¡que estás vivo
y que puedes disfrutar la vida! Despertar y darte cuenta de que puedes ver la
luz del sol, nadar, reír, cantar; saber que estás vivo y que la vida te
presenta oportunidades que tienes que aprovechar. Estoy consciente de que la vida debe terminar
en algún momento, pero aquél día no era ese momento para mí; cuando me cambié
de asiento, sin esperarlo, me cambió la vida.”
En la próxima entrega, otro de los sobrevivientes, el doctor
Costarricense Pedro José Ruiz, narra cómo vivió la experiencia de este
accidente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario