En años recientes se ha puesto de moda realizar recorridos
turístico-gastronómicos por las cantinas del
Centro histórico de la ciudad de México en donde, además, es posible
conocer la historia de dichos establecimientos. En toda la Ciudad de México se
calcula que hay unas 1,250 cantinas, aproximadamente 3 por cada biblioteca.
En mi niñez, vivida básicamente en la colonia Guerrero, me
enseñaron que las cantinas eran sitios para mal vivientes y borrachos en donde
se apostaba dinero en juegos de cartas y siempre había algún pleito ocasionado
por las trampas en el juego que derivaban en golpes y balazos. Todo ello
reforzado por las películas de aquel viejo cine nacional de los hermanos Soler,
Pedro Infante, Jorge Negrete y los hermanos Almada.
Nadie me dijo que las cantinas también eran sitio de reunión
de escritores y periodistas y que parte de la historia de estos
establecimientos está ligada a nombres tan famosos de escritores como Artemio
del Valle- Arizpe, José Vasconcelos, Salvador Novo, Armando Jiménez, Fernando
del Paso, Vicente Leñero o Renato Leduc, por sólo citar algunos. Quizás de este
triángulo cantina-letras-periodismo surgió la frase: “Un periodista sin aliento alcohólico es como una flor sin aroma” (o
una cerveza sin espuma, o un político sin “hueso”).
De las cantinas han salido lo mismo acuerdos de negocio que
temas para investigación periodística, poemas y hasta una que otra obra
literaria. Es sabido, por ejemplo que Arturo Pérez Reverte se inspiró en el
narcocorrido “Camelia la Tejana”-que escuchó en una cantina de Sinaloa- para
escribir “La Reina del Sur”. “Como yo no
tenía esa capacidad musical para hacer un 'narcocorrido' en tres minutos,
decidí escribir una novela de quinientas páginas”, declaró Pérez-Reverte en
una entrevista para la
agencia EFE. Inclusive pasó noches enteras en las cantinas para “mestizar mi lenguaje”.
Tan ligadas están las cantinas a los periodistas y
escritores que son muchos los libros y reportajes que sobre ellas se han
escrito en las diferentes secciones de los medios informativos, desde las
culturales hasta las de información nacional.
ALGUNOS "TEMPLOS DE
BACO"
La más antigua de las cantinas en la ciudad de México era
“El Nivel”, que cerró sus puertas en
enero de 2008 y que debía su nombre al Ing. Enrico Martínez quien en 1667
colocó el primer nivel de la Ciudad de México para medir la altitud del ex lago
de Texcoco, Zumpango y Xochimilco. La cantina ostentaba la licencia número uno
de ese giro en el Distrito Federal, y según Rogelio Frausto, mesero
de El Nivel desde 1984, la cantina era “el punto de reunión de poetas,
escritores, vendedores, indigentes, artistas, presidentes, bohemios,
periodistas y escritores que en sus textos han inmortalizado la historia de
este lugar.”
Muy visitadas eran las cantinas cercanas a la zona
periodística tradicional de la ciudad de México en torno al cruce de Paseo de
la Reforma, Rosales-Bucareli, Ave. Juárez y hasta Ave. Morelos. Quizá una de las
más conocidas era la ya desaparecida “La Mundial” sobre la calle de Bucareli, a
pocos pasos de dos de los más antiguos diarios que se editan en la capital del
país y muy cerca de varios otros que ya desaparecieron y en donde surgieron
muchas de las grandes entrevistas de los años cuarenta a ochenta.
Sobre la calle de Rosales, a espaladas de las instalaciones
de un popular diario, se ubica el “Salón Palacio” que era frecuentado por Juan
Rulfo, José Revueltas y Edmundo Valadés. Poco más alejados de esa zona
periodística, hacia la Plaza de la Constitución (Zócalo de la ciudad de México)
está el Bar Gante, sobre la calle del mismo nombre, que era frecuentemente
visitado por Renato Leduc, de quien se dice que ahí escribió muchos de sus
poemas más conocidos. Muy cerca, el “Gallo de Oro”, en Venustiano Carranza, en
operación desde 1874 y que dio cabida a escritores como Guillermo Prieto, Justo
Sierra, Ignacio Ramírez o Juan de Dios Peza y que cuando en 1982 se dio derecho
a las mujeres para entrar a las cantinas, fue la primera en crear un salón
especial para las damas.
La Rambla original, ubicada en la esquina de Bucareli y Ave,
Chapultepec era la cantina en la que se supone que Ramón López Velarde escribió
gran parte de su poema “Suave Patria” y que hasta mediados de los años 80 era
centro de reunión de muchos reporteros de la televisora cercana.
Aunque cada vez son menos, sigue habiendo periodistas que
frecuentan las cantinas. Por un lado, son sitios en donde se puede comer bien a
precios razonables para los niveles salariales de la mayoría de los reporteros:
desde una torta, pasando por albóndigas, milanesas, mole de olla, caldo de
pollo, chamorros y menudo, hasta un digestivo o un café. Por otro lado son
puntos de reunión para desfogar un día tras la nota y comentar con los colegas,
según la fuente de que se trate, sobre las declaraciones oficiales del día, la
economía, la seguridad, los partidos de fútbol, etc.
Cada cantina tiene características distintivas que de alguna
manera resultan atractivas para quienes las frecuentan: cuando no es la
atención del personal, es la sazón, las meseras, la barra, la decoración o el servicio,
especialmente cuando se trata de servir las bebidas, entre otros aspectos.
Hay algunas que se distinguen por características
peculiares. Por ejemplo, en La Rambla era notoria la cantidad de credenciales
de reporteros de la televisora de enfrente, colgadas en la pared, que quedaron
como aval por el costo de los alimentos y las bebidas.
En otro ejemplo, el amigo Raúl Curiel, avecindado en Guadalajara, escribió
hacia fines del año pasado en el portal diario en bici, sobre la cantina La
Fuente, en el corazón de la capital jalisciense:
“’Oiga compa, ¿le encargo mi
bici?, voy por dinero para pagar la cuenta’… eso fue lo último que se supo del
propietario de una bicicleta que lleva esperando a su dueño casi 60 años en la
legendaria cantina La Fuente, en el corazón de La Perla Tapatía. De hecho la
bicicleta está intacta, tal y como la dejó su dueño, y es el propio cochambre y
el polvo los que han contribuido para que se conserve la pintura original.
“Se trata de la cantina más antigua
de Guadalajara y la historia de la bicicleta que ahora descansa en un nicho de
la pared sobre la barra, son el principal atractivo de tan peculiar lugar. Y es
que como en todas las cantinas de México, salta a la vista algún cartel que
dicen: “No se fía”. En La Fuente ese cartel no es necesario. Es la bicicleta el
claro mensaje de que sin excusa a nadie se le fía un trago.
“La Fuente también recibe su nombre
porque fue y es por excelencia, el punto de encuentro de periodistas con
políticos, legisladores, empresarios, o funcionarios de gobierno. Sus rincones
son la trinchera perfecta para degustar una cerveza y escuchar a una buena
Fuente Informativa que externa su opinión sobre lo escaso del agave, lo caro
del tequila, lo bajo que están los sueldos, el mal gobierno, la mini falda de
la secretaria, las misas de “San Rapidín”, y que se va a acabar el mundo.”
Aunque el tema del aliento alcohólico en estos tiempos
también involucra a otras profesiones y ya no es exclusivo del género masculino,
las cantinas siguen siendo un referente del mundo periodístico e intelectual de
México. Las hay en toda ciudad del país y son lugares en los que se juega, pero
no la vida ni sólo cartas y dominó, sino la entrevista, el reportaje, el dato
relevante que hace noticia a partir de una indiscreción, y hasta uno que otro puesto de trabajo en la
redacción de algún medio. Salud por ello.
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