lunes, 24 de noviembre de 2014

LA COMUNICACIÓN EN LOS ACCIDENTES AÉREOS IV: LLEGA LA PRENSA

Los reporteros, editores, periodistas y equipos de noticias eventualmente se ven involucrados en la cobertura de alguna tragedia: desde un desastre natural o un incendio, hasta accidentes de toda índole, incluyendo los de aviación. El desastre es el tipo de noticia inesperada y de última hora que amerita una cobertura extensiva.

Mientras la mayoría de las personas seguía durmiendo, empezaba a despertar o recién iniciaba sus labores cotidianas, en la cabina de pilotos del vuelo 2605 de Western Airlines se daban los últimos segundos (sugiero prudencia, el audio es de impacto) de la conversación entre el experimentado piloto Charles Gilbert y su primer oficial Ernest Richel:
 
  • CAP: “¿Estamos despejados en la derecha? Estamos despejados en la derecha, ¿es correcto?”
  • PO: “No, la otra pista”
  • CAP: “No, esta es la aproximación a la maldita izquierda”
  • PO: “Si; asciende a 8,500 y … (Se escucha un primer impacto) Charlie, levántalo.”
  • CAP: “¡Oh no… Jesucristo!
  • PO: “Levántalo Charlie.”
Se escucha un segundo impacto y termina la grabación
 
Aunque hace 35 años no existían las facilidades de comunicación instantánea de que hoy disponemos, el que un gran avión se estrellara dentro del aeropuerto capitalino se supo rápido en las redacciones de los medios de comunicación que de inmediato movilizaron reporteros hacia el sitio del accidente.
La temprana hora y el escaso tránsito permitió que reporteros, fotógrafos y camarógrafos llegaran en el lapso de los siguientes 30 minutos. Sin embargo, algunos llegaron a la brevedad y sin esperar una orden, ya sea por la cercanía de sus domicilios a la zona aeroportuaria o porque prestaban servicios informativos en el mismo aeropuerto. Tales fueron los casos del fotógrafo Gustavo Camacho y de Felipe Villegas, de los diarios Excélsior y el Universal, respectivamente.
 
Gustavo Camacho
Por lo general, fotógrafos y camarógrafos son los primeros en llegar a un lugar de noticias de última hora y por su oficio, instintivamente se mueven lo más cerca posible a la acción aún a riesgo de su propia seguridad.
Especialmente dentro del caos de un desastre, buscan tantos ángulos noticiosos como les sea posible para lograr imágenes diferentes a las de sus colegas. Ejemplo de ello fue Gustavo Camacho, de quien el pasado 26 de octubre y con motivo del 35 aniversario del accidente, Excélsior publicó un testimonio y algunas de sus imágenes del accidente:
 “A Gustavo Camacho, 11 veces ganador del Premio Nacional del Periodismo, aún le impacta platicar aquel episodio que, además, le definió la vida. ‘Me desperté con el estruendo porque el ala del avión cayó en la casa de enfrente de donde vivía. Tomé la cámara, me puse lo primero que encontré, salí con un zapato de uno y otro de otro, y comencé a tomar fotos apenas abrí la puerta de la casa’, relata en entrevista con Excélsior.
“De ahí se dirigió al aeropuerto, le ayudaron a brincar la reja de tres metros de altura que separaba a la colonia Peñón de los Baños de las pistas del aeropuerto y comenzó el frenesí de disparos con su cámara mecánica.
“Camacho, hoy fotógrafo oficial del presidente Enrique Peña Nieto, fue de los primeros civiles en llegar a las pistas del aeropuerto para ver la escena de fierros retorcidos, motores zumbando, llamas por todos lados, cuerpos destrozados, y sobrevivientes. ‘Los bomberos me decían que me retirara, que todavía era peligroso, pero no hice caso, sacaba y sacaba fotos. Unos pilotos que se acercaron, se hincaron a rezar; una sobreviviente sólo preguntaba por su equipaje’, relata.
“Tras esa cobertura, Camacho se convirtió en fotógrafo de planta del periódico y llegó a ser jefe del departamento de Fotografía de Excélsior. ‘Yo practicaba desde niño el revelado de fotos, por eso tenía cierto conocimiento de fotografía. Mi abuelo, además, fue fundador de Excélsior’, comenta.”

 

Felipe Villegas
El Dr. Frank Ochberg, pionero en el estudio del periodismo y trauma y Presidente Emérito y fundador del Centro Dart para el Periodismo y Trauma expresa: “Un desastre catastrófico y sus consecuencias emocionales se espera que afecte a todos los primeros que acudan a ayudar, incluyendo a los bomberos, al equipo de emergencia médica y a la policía. Los periodistas, quienes también están entre los primeros en responder, no están inmunes.”
Felipe Villegas podría dar testimonio de ello. Desde temprano trabajaba en la oficina de prensa del aeropuerto elaborando una síntesis informativa. La oficina estaba al final del edificio terminal, muy cerca de la sala de última espera, la 17, y por sus ventanas se podía ver una sección del estacionamiento “diplomático” y, separada por una malla ciclónica, parte de la plataforma sobre la que quedaron algunos restos del avión. Era difícil no haber escuchado el impacto del avión y el inmediato movimiento de los cuerpos de emergencia.
En su nota de primera plana del día siguiente en El Universal, Felipe narró sus impresiones:
“Enseguida salí corriendo hacia la bola de fuego sin un propósito definido. No pensaba en que iba tras una nota ni en qué podría ayudar si algo hubiera pasado. Simplemente corrí hacia allá –hacia el fuego y el ruido- sin más propósito que saber. Porque algo, algo terrible había pasado, indudablemente.
Estoy seguro de que cuantos estábamos en el aeropuerto vivimos momentos semejantes. Cuando corría, me alcanzó un vehículo de la Oficina de Población de la Secretaría de Gobernación y su conductor, casi sin solicitarlo, me dio el deseado aventón.
“Pero otros habían sido más rápidos: los bomberos. Cuando llegué, ya estaban allí luchando contra el fuego. Sólo vi trozos de hierro por todas partes y hombres trabajando afanosamente arrojando chorros de agua y de “agua ligera”,  sustancia especial para evitar explosiones, hacia los focos de fuego y regando por todas partes grande cantidades de polvo químico. De repente descubro que doy vueltas, que doy pasos hacia un lugar y me detengo como para decir algo. Eran mis impulsos a ser útil. Pero la realidad, según lo analicé después, es que sólo eran movimientos impotentes  al no tener capacidad para devolver la vida. Simplemente me sentí  humano. Reflexioné también: qué raro, no sentí frio ni calor; la inmensidad de la tragedia me anonadó.
“Tuve la oportunidad de presenciar actos heroicos: José Luis Maldonado, Fernando Sánchez y otras personas, empleados de la Oficina de Población de la Secretaría de Gobernación, salían de sus labores a las 6 de la mañana, pero ante la tragedia concurrieron al lugar de los hechos y entre los tres lograron rescatar a 17 pasajeros aún con vida. Ellos resultaron con quemaduras en la ropa y en la piel de las manos, incluso se intoxicaron por la inhalación de gases. Pese a ello, se sentían alegres pues le arrancaron a la muerte, aunque sea por varias horas, a más víctimas; yo también me sentí héroe por esta acción, pese a que fui un ente paralizado por el estupor.”
En la próxima entrega, dos entonces noveles reporteras de diario comentan su experiencia y aprendizajes.

lunes, 17 de noviembre de 2014

LA COMUNICACIÓN EN LOS ACCIDENTES AÉREOS III: ENTENDER EL SENTIDO DE URGENCIA


Después de la colisión, el DC-10 de Western se vio envuelto en llamas y la explosión de uno de sus tanques de almacenamiento terminó de fragmentarlo. Hubo piezas, entre ellas las turbinas y parte del fuselaje, que en estallido quedaron desintegradas. Los restos de la aeronave quedaron esparcidos en un área de un kilómetro. La cabina y una de las turbinas quedaron sepultadas entre los escombros del edificio de las bodegas de mantenimiento de Eastern Airlines. Ahí estaban también los cuerpos de los pilotos y de una aeromoza” (Excélsior, Nov 1 de 1979. Pág. 10).
Así describía el diario Excélsior el panorama después del choque. Esa misma escena literalmente la vivieron los sobrevivientes, algunos con severas lesiones y los menos prácticamente ilesos en la parte física más no así en la psicológica.
Dr. Pedro José Ruíz en la actualidad
Uno de ellos era un joven estudiante de medicina, Pedro José Ruiz, originario de Costa Rica, quien luego de 35 años vuelve a relatar la experiencia y las enseñanzas que la vivencia de la tragedia le dejó para la vida. En aquél entonces Pedro había narrado a los medios: “A mi paso vi cuando menos a tres personas pidiendo auxilio, yo, la verdad, como en un sueño, sólo pensaba en salir y cuando salí de los escombros eché a correr como loco, no sabía hacia dónde pero quería alejarme de ahí.”
Hoy, de 60 años de edad, recuerda esa vivencia: “Recién había terminado mi Servicio Social en el ISSSTE en Isla de Cedros, Baja California Norte y fui a Los Ángeles para realizar unos trámites y a visitar a mi mamá quien vivía allá. De regreso, dado que como todo estudiante, mis recursos económicos eran limitados, el vuelo “tecolote” de Western era la mejor opción para llegar a Costa Rica, con escala en México”.
Pedro ya era casado y su esposa se había adelantado a Costa Rica para dar a luz a su primera hija a quien llamó Vielka, quien nación el siguiente mes. Ya había prestado un año de servicio social en México y tenía que regresar a su país para realizar otro año a fin de poder incorporarse al Colegio de Médicos y Cirujanos de Costa Rica. “El vuelo tenía una demora y por la hora y por el cansancio, todos nos dormimos durante el trayecto que me parece fue tranquilo. Lo feo empezó al aterrizar en la ciudad de México”, platica.
En efecto, la demora se originó por un cambio de equipo (de avión), de manera que la aeronave que se estrelló no era la originalmente designada para el vuelo 2605. Finalmente los pasajeros que aguardaban en la sala 58 del aeropuerto de Los Ángeles, pudieron abordar a las 12:30 horas (2:30 de la mañana, tiempo de México).
DESPERTAR PARA VIVIR LA PESADILLA
Cuando durante el vuelo o a punto de aterrizar se presenta una emergencia, el comandante alerta a toda la tripulación e informa: el tipo de emergencia, tiempo disponible, lugar y expectativa de aterrizaje,  y da instrucciones especiales. El vuelo 2605 había sido normal y sin incidentes, por lo que no se había hecho ningún procedimiento especial. Tripulación y pasajeros esperaban un aterrizaje “normal”.
Pedro comenta: “Cuando anunciaron que iniciábamos el descenso, todos nos preparamos y estábamos listos y deseosos de tocar tierra. Creo que yo iba en el asiente 32 B, sobre el fuselaje. De repente escuché un golpe que originó que todos los compartimientos superiores se abrieran y las cosas empezaran a caer. Era una señal de que  algo no estaba bien. De inmediato vi que algunas personas que seguramente no traían el cinturón de seguridad abrochado empezaron a salir de sus asientos, y en particular recuerdo que una chiquita que venía sentada más atrás salió disparada y se fue a estrellar en contra de una pared que estaba enfrente de donde yo iba sentado.
Como si fuera partícipe de una película en 4DX, Pedro, aún sujetado al asiento del avión contempló el atroz panorama de lo que quedaba del avión y de la situación de los demás pasajeros: “En el impacto final, el avión se partió totalmente y quedé sentado como a la intemperie; de hecho mi asiento se desprendió y prácticamente quedé a media pista. Del avión no quedó nada excepto la sección en la que yo estaba. Mi primer impulso fue alejarme de ahí pero seguramente por la fuerza del impacto se había trabado el cinturón de seguridad.”
Sin pensar en nada más que liberarse el asiento y alejarse del lugar, Pedro luchó desesperadamente para quitarse el cinturón de seguridad, hasta que, seguramente por la adrenalina del momento, logró zafarse: “Cuando me liberé, inmediatamente empecé a caminar por la pista, pero entonces me detuve al pensar que algo grave había pasado y me devolví a lo que quedaba del avión; yo estaba golpeado y tenía una herida en la mano izquierda, pero como estudiante de medicina me entró la conciencia de tratar de ayudar”, evoca.
No obstante sus intenciones, en el trayecto fue detenido por unos rescatistas y llevado a la sala del aeropuerto habilitada para atender a los sobrevivientes para de ahí trasladarlos al hospital; ya en la sala finalmente pensó en la preocupación que tendrían su mamá y su esposa. Así lo recuerda ahora: “En la primera oportunidad que tuve llamé por teléfono a mi mamá para avisarle que estaba bien. Ella lo tomó con calma, se alegró de que todo estaba bien y que me dijo que ella llamaría a Costa Rica para avisar. Como que no tenía clara idea de la situación”.
Y A VOLAR NUEVAMENTE
En el hospital lo revisaron y le dijeron que no había más lesiones. A las pocas horas llegó su mamá quien, junto con otros familiares de los pasajeros del fatídico vuelo, había sido trasladada por cuenta de la aerolínea. Tras alegrarse de verlo a salvo, la señora le informó que a la brevedad lo llevaría a Los Ángeles para que le hicieran estudios más a fondo: “Cuando me dijo mi mamá que me llevaba a Los Ángeles, me dio miedo el tener que volverme a subir otra vez a un avión, pero el mejor apoyo lo tuve por parte de ella misma quien me ayudó mucho para vencer el miedo, ella me tranquilizaba en todo momento.”
Ya en Los Ángeles, fue revisado y luego de una semana,
con la certeza de que no había daños internos, regresó a su país para agilizar los trámites de su internado. Pero los efectos psicológicos del accidente requirieron de tiempo para ser superados: “Estuve en terapia como 7 meses y aunque funcionó bien, no puedo decir que quedé completamente sano de esa herida por todo lo que viví; es muy duro recordarme caminando por la pista y ver cadáveres, partes humanas y cuerpos calcinados. Al principio tenía mucha ansiedad, mucho temor a volver a subirme a un avión y a hacerle falta a mis seres queridos, por ejemplo a mi hija.”
El impacto le hizo cambiar su forma de ser: “Yo era muy impulsivo, pero luego del accidente pensaba en todos los que fallecieron y en que por alguna razón yo sobreviví y que el estar vivo después de tan terrible situación sería por algo. Ello me llevó a moderar mi carácter y con la madurez de los años  aprendí a ser más pausado y reflexivo.”
Un accidente de esas dimensiones deja una herida muy honda y luego de sentarse a dialogar con Dios y reflexionar mucho en lo que pasó comprendió el valor de la vida y de ayudar a quien lo necesita: “Ese accidente me enseñó a valorar la vida y a responder en forma inmediata a las necesidades de los demás, lo cual aplico en mi carrera como médico. Desde entonces, cada vez que encuentro a alguien con una necesidad de ser atendido con urgencia, yo mismo busco y hago lo necesario para que ese paciente sea atendido de inmediato”, expresa con firmeza.
Estar frente a la zozobra de otros y ver que muchos, en estas circunstancias, no tienen la empatía de otros para recibir ayuda dejó muy sensible a Pedro: “El accidente me enseñó mucho a valorar lo que es la vida y siempre tengo presente ese momento en que Dios me concedió la oportunidad de seguir en esta vida; desde entonces siempre trato de ayudar a quien lo necesita”, finaliza su narración.
No todos los pasajeros del vuelo 2605 de Western Airlines tuvieron la misma suerte. La mayoría falleció y entre los 16 sobrevivientes hubo algunos que, lamentablemente, perdieron alguna parte del cuerpo. No obstante, lo más probable es que unos y otros encontraran un sentido trascendente a la vida, como asevera el Dr. Viktor Frankl: “El ser humano llega a ser creativo cuando logra extraerle sentido a una vida que parecía absurda. La vida es potencialmente significativa hasta el último momento, hasta el último aliento.

lunes, 10 de noviembre de 2014

LA COMUNICACIÓN EN LOS ACCIDENTES AÉREOS II: Aprovechar las oportunidades que da la vida


Recientemente leí en un libro: “estamos constantemente esperando el momento perfecto para hacer algo. Pero es que en realidad, nunca es el momento perfecto para hacer algo”. De ello se dio cuenta un joven italiano al vivir lo que seguramente ha sido la peor situación de su vida cuando el avión de Western Airlines se estrelló en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, hace 35 años.
Nos preocupamos demasiado por cosas estúpidas, sin importancia, sin darnos cuenta de que la vida puede terminar en cualquier instante”, narra Alessandro Annibali, hoy próspero empresario en la industria de frutas frescas y botanas naturales, quien el 31 de octubre de 1979 sobrevivió a la peor tragedia aérea dentro del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.
Alessandro, en ese entonces de 22 años y estudiante de Administración de Empresas, estaba preparando su tesis sobre estándares alimenticios, comparando los europeos con los americanos. En Los Ángeles, California, había visitado a un par de proveedores de semillas, para el negocio de su padre, y haría lo mismo en México.
Antes de llegar al aeropuerto angelino, había estado en  Hollywood en la celebración del Halloween. Cuando llegó al mostrador de documentación de Western Airlines, pidió un asiento en la sección de fumar (en la parte posterior del avión), pero a bordo tomó una decisión hasta ese momento intrascendente: “Era un vuelo ‘tecolote’ que ya tenía una demora. Cuando abordamos, me sentía cansado y preferí que me cambiaran a la sección de no fumar. Eso marcó mi destino”, recuerda sin saber que justo sobre las alas, en donde le dieron asiento, está la estructura más resistente de los aviones; de hecho es la única sección del avión que quedó reconocible.
LOS PEORES MOMENTOS
Alessandro iba sentado en ventanilla del lado derecho. Describe así el momento del accidente: “Cuando nos pidieron prepararnos para el aterrizaje, me ajusté el cinturón. Al iniciar el descenso había mucha neblina, de modo que no era fácil ver hacia afuera. Entonces sentí un golpe muy fuerte y en ese instante todo empezó a ser un desastre.” El golpe fue el impacto sobre un camión de volteo que trabajaba en la pista que estaba cerrada, que desprendió el tren de aterrizaje del lado derecho del avión.
Fue entonces que vi cómo el ala derecha pegó en el suelo y empezaron a salir chispas por el impacto. Sentí como si
estuviera dentro de una lavadora, sin saber qué era arriba o abajo ni izquierda o derecha, y veía a  pasajeros que eran aventados por todos lados. De pronto nos detuvimos violentamente en contra de un edificio. No alcanzaba a entender que estaba pasando y no sabía si se trataba de un sueño”, continua su relato.
Lo peor para él, había pasado. Dentro de lo que quedaba del enorme DC10 había fuego, humo, gente que gritaba de dolor y desesperación. Lo único que Alessandro pensó cuando se detuvo el brusco movimiento del avión, fue  buscar la forma de salir de ese infierno.
Me quedé sentado por algunos momentos pensando en qué seguía y qué tendría que hacer. Lo primero fue tocar mis piernas para darme cuenta de que aún las tenía y que respondían al tacto. Sin embargo noté que mi brazo derecho sí estaba herido: había asumido la posición de emergencia que te indican antes de despegar y puse mis manos sobre el asiento delantero, pero resultó que mi brazo derecho se dislocó desde el hombro. Una vez que me revisé, me desabroché el cinturón y me salí de lo que quedaba del avión.”
No obstante todo lo que vivió, Alessandro no sintió miedo, tuvo la sensación de que nada malo le iba a pasar: “Es raro, pero en medio de todo ello, sentí una especie de energía que de alguna manera me estaba protegiendo. Tenía la certeza de que estaba viviendo algo superior a mis fuerzas que yo no podía controlar; sin embargo en ningún momento creí que estuviera a punto de morir. Era como sentir que mi abuelo ponía su mano sobre mi hombro para protegerme.”
Una vez fuera de los restos del avión vino una explosión: “Estaba como a 30 metros del avión y había fuego y mucho humo cuando de repente, no sé de dónde, vino una explosión y traté de alejarme justo cuando un bombero venía hacia mí y me subió a su camión.” Para ese momento el fuego le había quemado manos y pies, así como la barba y el cabello.

Alessandro fue hospitalizado, primero en Balbuena, en donde literalmente lo dejaron desnudo, y luego en un hospital privado al que estuvo yendo y viniendo durante un mes para cuidar sus heridas físicas; aliviar las heridas emocionales tomó un largo periodo en su tierra natal.  En el lapso de ese mes, periodistas de distintos medios se acercaron a él para tener sus comentarios sobre el accidente, e incluso inició una amistad que ha durado por los años con la entonces reportera de televisión Laura Martínez Alarcón quien “literalmente me convirtió en una personalidad, especialmente entre la comunidad italiana que me apoyó de muy diversas formas: desde invitarme a sus casas, hasta conseguirme pijamas, ropa, zapatos y todo lo que podía necesitar. Me había quedado sin nada.
UN VIAJERO EMPEDERNIDO
Después de un mes, y ya con su familia en México, fue invitado a pasear. El único inconveniente es que tendría que volver a volar. Así, viajó a Acapulco, Mérida, Cancún y Cozumel, y después a San Francisco, Nueva York y Dallas. Volar de nuevo, fue una especie de terapia, lo cual fue bastante difícil. “Mi primer vuelo después del accidente fue a Acapulco con mi mamá y mi hermana y durante el aterrizaje lo único que podía ver era el mar y me atemorizó el que podríamos aterrizar en agua y no en tierra”, explica.
Alessandro había estado viajando por varias ciudades: primero estuvo en el Norte de Europa. Llegó a Londres en donde tomó un vuelo de Panam, sujeto a espacio, y en lo que esperaba conseguir un lugar, hizo amistad con otro joven que había estado viajando en bicicleta por Europa,  era un estudiante de Berkeley, California, quien le ofreció su casa para quedarse cuando llegara a los Estados Unidos. Ya en América, se pasó una semana en Berkeley y luego visitó San Francisco en donde tuvo la oportunidad de hacer nuevos amigos (entre ellos un fotógrafo y un productor de cine).
Recorrió el Estado de aventones y en el camino conoció a una chica brasileña con quien se fue a Nevada y Arizona. De regreso en Los Ángeles, y en lo que llegaba la hora de ir al aeropuerto para volar a México, se dio tiempo de visitar Hollywood en donde celebraban el Halloween.
EL APRENDIZAJE
Una vez recuperado del impacto emocional, Alessandro comprendió el significado de nuestro paso por esta vida: “Tenemos que disfrutar cada momento de nuestra vida, tratar de ser buenos, comportarnos bien y no lastimar a nadie. La vida es muy corta y no sabemos cuándo terminará, por eso hay que disfrutar cada instante.
“A veces te sientes mal porque los negocios no van bien, o porque te estás divorciando, o por cualquier tontería, pero no te das cuenta de lo más importante: ¡que estás vivo y que puedes disfrutar la vida! Despertar y darte cuenta de que puedes ver la luz del sol, nadar, reír, cantar; saber que estás vivo y que la vida te presenta oportunidades que tienes que aprovechar.  Estoy consciente de que la vida debe terminar en algún momento, pero aquél día no era ese momento para mí; cuando me cambié de asiento, sin esperarlo, me cambió la vida.”
En la próxima entrega, otro de los sobrevivientes, el doctor Costarricense Pedro José Ruiz, narra cómo vivió la experiencia de este accidente.

lunes, 3 de noviembre de 2014

LA COMUNICACIÓN EN LOS ACCIDENTES AÉREOS I

Hace un año recordé en este espacio la peor tragedia aérea en México (4 de noviembre de 2013). Con esta entrega inicio una serie en la que, a 35 años de ese accidente, algunos de los involucrados, incluidos dos sobrevivientes, narran su experiencia y aprendizajes derivados de dicho evento.

El amanecer del jueves 31 de octubre de 1979 fue muy diferente para cientos de personas de alguna forma relacionadas con el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM): trabajadores de la terminal aérea y de las instalaciones de varios aerolíneas dentro del aeropuerto, pasajeros, familiares que fueron a dejar o recoger a sus seres queridos, vecinos del propio aeropuerto y reporteros de todos los medios.

Era una mañana nublada, víspera del día de muertos. Las actividades en el aeropuerto tenían poco de haber iniciado con la documentación de pasajeros que saldrían de viaje a diferentes destinos y con la recepción de los primeros vuelos de ese día. A las 5:15 horas ya había aterrizado el vuelo 111 de Mexicana de Aviación procedente de Los Ángeles, California.

En eso año sólo había un edificio terminal con 17 posiciones
de contacto (salas de última espera); hoy se conoce como Terminal 1 y tiene 33 posiciones. El 15 de agosto de 1979, el Presidente de la República había inaugurado la remodelación del edificio terminal que permitía una mejor distribución del espacio para el movimiento de pasajeros en los pasillos y un año antes, el 24 de noviembre de 1978, se había inaugurado la nueva torre de control “México”.


En la plataforma de la última sala de espera estaba listo para iniciar el abordaje un enorme Boeing 747 que partiría rumbo a Miami. 

Esa mañana, los pasajeros leían entre los encabezados de las primeras planas de los principales diarios:
·         Excélsior
o   “El Estado no es un seguro ante yerros privados: Oteyza
o   La Huelga dañaría gravemente a la aviación y al turismo: Ojeda” (referida a la amenaza de huelga del Sindicato Nacional de Trabajadores de Aviación y Similares por el despido de un trabajador)
·         El Universal.
o   El rezago educativo limita el desarrollo: F. Solana
o    “Caos económico si se realiza el paro aéreo
·         El Heraldo de México
o   Se excedió el gasto público en 22 mil 524 millones
o   Régimen de economía mixta con todas las libertades: Echeverría
·         Novedades
o   "Reconoce EU: México no practicó <dumping>"
o   "Crédito a CMA por 1,882 mlls. comprará 6 nuevos jets"

Como hasta ahora, la terminal aérea contaba con dos pares de pistas: 5 derecha-23 izquierda, con una longitud de 3,985 metros, y la 5 izquierda-23 derecha con una longitud de 3,963.00 metros. 

Ambas pistas anualmente reciben mantenimiento, generalmente nocturno para no afectar las operaciones aéreas y con ese motivo se notificó a todas las aerolíneas, a través de un NOTAM (Notice to Air Men), que a partir del 19 de octubre la pista 23 izquierda quedaría inhabilitada.


Poco antes de las 5:30 de esa mañana, una cuadrilla de trabajadores estaba empezando a trabajar en las obras de mantenimiento de dicha pista. Algunos de ellos se ubicaban en la cabecera en donde recién habían cargado con tierra un camión y, cuando en medio de la neblina se encaminaban hacia otro sector de la pista, escucharon una especie de explosión que les hizo pensar en alguna pipa de turbosina. 

En lo que comentaban qué habría sucedido escucharon otro estallido: Un avión DC10 de Western Airlines se acababa de estrellar dentro de las instalaciones aeroportuarias.

El ritmo matinal cambió para todos.

A las 5:40 de la mañana el comandante del vuelo 2605 se reportó a Torre de control. Entre ese momento y las 5:43 se desarrolló el siguiente diálogo:
5:40’58” Torre- Western dos seis cero cinco, ¿tiene la pista a la vista?
5:40’41” Torre- ¿Tiene encendidas sus luces?
5:41’13” Torre- Western dos seis cero cinco se encuentra a la izquierda de la pista
5:41’14” Western- Sólo un poquito
5:41140” Torre- Notifique si tiene la pista a la vista. Hay una capa de niebla sobre la zona
5:41146" Western - Western dos seis cero cinco, entendido
41151" Torre- dos seis cero cinco ¿Tiene a la vista la luz de aproximación a la izquierda?
41'52" Western-  dos seis cero cinco, negativo
41'54" Torre- OK señor… las luces de aproximación están en la pista 23 izquierda, pero esa pista está cerrada al tráfico.
42'42" Western- dos seis cero cinco OK. Western dos seis cero cinco OH... Western dos seis cero cinco (CLICK )
43'08" Torre- Subestación de torre: el Western se acaba de estrellar.

La espesa niebla impidió a los pilotos ver su error. Cuando se percataron del mismo intentaron rápidamente levantar la nave a 10 u 11 grados, pero ya era demasiado tarde: el tren de aterrizaje  golpeó con el camión materialista que estaba en la cabecera de la pista el cual quedo desmantelado; el conductor ni siquiera se percató de lo que le iba a suceder.

El golpe daño severamente al avión y alteró su trayectoria hacia la derecha, ocasionando que el ala izquierda golpeara a una excavadora de las obras de mantenimiento. El dramático recorrido del avión lo llevaba directo hacia el edificio terminal en donde varios aviones cargados de combustible esperaban la hora del abordaje e inclusive algunos ya estaban siendo abordados.

Un querido y siempre recordado amigo reportero que cubría la fuente del aeropuerto, Raúl René Trujillo, había exclamado en alguna ocasión que “El AICM tiene su propio Dios”. Tenía razón: la tragedia hubiera sido mucho mayor de no ser porque el ya desestabilizado avión, herido en la pierna del tren de aterrizaje, fue vencido por su propio peso y al golpear el piso con lo que quedaba del ala derecha viró  90 grados para terminar impactándose en la pared del taller de reparación de salas móviles, frente a la última sala de espera, detrás del cual estaban las instalaciones del Cuerpo de Rescate y Extinción de Incendios (CREI).

El avión se partió y lo único que quedó reconocible fue la sección del fuselaje encima de las alas, en donde se ubicaron los 16 sobrevivientes.

La próxima semana, dos de ellos, un italiano y un costarricense, narran la experiencia después de 35 años.