Los reporteros,
editores, periodistas y equipos de noticias eventualmente se ven involucrados
en la cobertura de alguna tragedia: desde un desastre natural o un incendio,
hasta accidentes de toda índole, incluyendo los de aviación. El desastre es el
tipo de noticia inesperada y de última hora que amerita una cobertura
extensiva.
Mientras la mayoría
de las personas seguía durmiendo, empezaba a despertar o recién iniciaba sus
labores cotidianas, en la cabina de pilotos del vuelo 2605 de Western Airlines
se daban los últimos segundos
(sugiero prudencia, el audio es de impacto) de la conversación entre el
experimentado piloto Charles Gilbert y su primer oficial Ernest Richel:
- CAP: “¿Estamos despejados en la derecha? Estamos despejados en la derecha, ¿es correcto?”
- PO: “No, la otra pista”
- CAP: “No, esta es la aproximación a la maldita izquierda”
- PO: “Si; asciende a 8,500 y … (Se escucha un primer impacto) Charlie, levántalo.”
- CAP: “¡Oh no… Jesucristo!
- PO: “Levántalo
Charlie.”
Se escucha un segundo
impacto y termina la grabación
Aunque hace 35 años
no existían las facilidades de comunicación instantánea de que hoy disponemos,
el que un gran avión se estrellara dentro del aeropuerto capitalino se supo rápido
en las redacciones de los medios de comunicación que de inmediato movilizaron
reporteros hacia el sitio del accidente.
La temprana hora y el
escaso tránsito permitió que reporteros, fotógrafos y camarógrafos llegaran en
el lapso de los siguientes 30 minutos. Sin embargo, algunos llegaron a la
brevedad y sin esperar una orden, ya sea por la cercanía de sus domicilios a la
zona aeroportuaria o porque prestaban servicios informativos en el mismo
aeropuerto. Tales fueron los casos del fotógrafo Gustavo Camacho y de Felipe
Villegas, de los diarios Excélsior y el Universal, respectivamente.
Gustavo Camacho
Especialmente dentro
del caos de un desastre, buscan tantos ángulos noticiosos como les sea posible
para lograr imágenes diferentes a las de sus colegas. Ejemplo de ello fue
Gustavo Camacho, de quien el pasado 26 de octubre y con motivo del 35
aniversario del accidente, Excélsior publicó un testimonio y algunas de sus
imágenes del accidente:
“De ahí se dirigió al aeropuerto, le ayudaron a
brincar la reja de tres metros de altura que separaba a la colonia Peñón de los
Baños de las pistas del aeropuerto y comenzó el frenesí de disparos con su
cámara mecánica.
“Camacho, hoy fotógrafo oficial del presidente Enrique
Peña Nieto, fue de los primeros civiles en llegar a las pistas del aeropuerto
para ver la escena de fierros retorcidos, motores zumbando, llamas por todos
lados, cuerpos destrozados, y sobrevivientes. ‘Los bomberos me decían que me
retirara, que todavía era peligroso, pero no hice caso, sacaba y sacaba fotos.
Unos pilotos que se acercaron, se hincaron a rezar; una sobreviviente sólo
preguntaba por su equipaje’, relata.
“Tras esa cobertura, Camacho se convirtió en fotógrafo
de planta del periódico y llegó a ser jefe del departamento de Fotografía
de Excélsior. ‘Yo practicaba desde niño el revelado de fotos, por eso
tenía cierto conocimiento de fotografía. Mi abuelo, además, fue fundador de Excélsior’,
comenta.”
Felipe Villegas
El Dr. Frank Ochberg,
pionero en el estudio del periodismo y trauma y Presidente Emérito y fundador
del Centro Dart para el Periodismo y Trauma expresa: “Un desastre catastrófico y sus consecuencias emocionales se espera que
afecte a todos los primeros que acudan a ayudar, incluyendo a los bomberos, al equipo
de emergencia médica y a la policía. Los periodistas, quienes también están entre
los primeros en responder, no están inmunes.”
Felipe Villegas
podría dar testimonio de ello. Desde temprano trabajaba en la oficina de prensa
del aeropuerto elaborando una síntesis informativa. La oficina estaba al final
del edificio terminal, muy cerca de la sala de última espera, la 17, y por sus
ventanas se podía ver una sección del estacionamiento “diplomático” y, separada
por una malla ciclónica, parte de la plataforma sobre la que quedaron algunos
restos del avión. Era difícil no haber escuchado el impacto del avión y el
inmediato movimiento de los cuerpos de emergencia.
En su nota de primera
plana del día siguiente en El Universal, Felipe narró sus impresiones:
“Enseguida salí corriendo hacia la bola de fuego sin
un propósito definido. No pensaba en que iba tras una nota ni en qué podría
ayudar si algo hubiera pasado. Simplemente corrí hacia allá –hacia el fuego y
el ruido- sin más propósito que saber. Porque algo, algo terrible había pasado,
indudablemente.
“Estoy seguro de que cuantos estábamos en el aeropuerto vivimos momentos
semejantes. Cuando corría, me alcanzó un vehículo de la Oficina de Población de
la Secretaría de Gobernación y su conductor, casi sin solicitarlo, me dio el
deseado aventón.
“Pero otros habían sido más rápidos:
los bomberos. Cuando llegué, ya estaban allí luchando contra el fuego. Sólo vi
trozos de hierro por todas partes y hombres trabajando afanosamente arrojando
chorros de agua y de “agua ligera”,
sustancia especial para evitar explosiones, hacia los focos de fuego y
regando por todas partes grande cantidades de polvo químico. De repente
descubro que doy vueltas, que doy pasos hacia un lugar y me detengo como para
decir algo. Eran mis impulsos a ser útil. Pero la realidad, según lo analicé
después, es que sólo eran movimientos impotentes al no tener capacidad para devolver la vida.
Simplemente me sentí humano. Reflexioné
también: qué raro, no sentí frio ni calor; la inmensidad de la tragedia me
anonadó.
“Tuve la oportunidad de presenciar
actos heroicos: José Luis Maldonado, Fernando Sánchez y otras personas,
empleados de la Oficina de Población de la Secretaría de Gobernación, salían de
sus labores a las 6 de la mañana, pero ante la tragedia concurrieron al lugar
de los hechos y entre los tres lograron rescatar a 17 pasajeros aún con vida.
Ellos resultaron con quemaduras en la ropa y en la piel de las manos, incluso
se intoxicaron por la inhalación de gases. Pese a ello, se sentían alegres pues
le arrancaron a la muerte, aunque sea por varias horas, a más víctimas; yo
también me sentí héroe por esta acción, pese a que fui un ente paralizado por
el estupor.”
En la próxima
entrega, dos entonces noveles reporteras de diario comentan su experiencia y
aprendizajes.