Podría asegurar
que a gran número de personas en el país les ha sorprendido la reacción de
individuos o grupos que han manifestado rechazo –inclusive en forma violenta-
hacia personal de hospitales de ambos géneros cuando son identificados por sus
uniformes.
Seguramente
todos hemos leído o escuchado de algunos casos: el enfermero a quien no le
permiten subir al microbús, a otro que le pidieron el departamento en donde
vivía, algunos a quienes han bañado en cloro, otros más que son golpeados por
no permitir el paso a ciertas áreas de los hospitales, etc.
Todo el
personal de cada hospital, público o privado, está exponiendo su vida para
intentar salvar la de los miles de personas infectadas con el virus Covid-19 a
pesar de las carencias y deficiencias que se han evidenciado en el sector
salud. Muchos de ellos inclusive han sido contagiados y muchos más han
fallecido por esa causa. Pero un sector de la población, en lugar de
reconocerles y agradecer ese titánico esfuerzo e inclusive apoyarlos, en la
medida de lo posible, para adquirir equipos de protección, ha decido agredirlos
y ofenderlos en su dignidad como personas y como profesionistas.
Foto: Contralínea
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Aun cuando este fenómeno no es exclusivo de México, ante estas
sorprendentes actitudes surgen algunas preguntas: ¿Qué pasó con ese México
solidario a la hora de los grandes desastres? ¿En dónde quedó la unión sin
distingos para apoyar a quienes están dispuestos a dar su vida por otros? ¿En
dónde quedó ese espíritu que animaba a los rescatistas luego de los terremotos
de 1985 y 2017? ¿Los aplausos? ¿Las porras? ¿El unirse para llevarles agua y
alimentos? ¿Qué pasó con ese México que, unido, rebasaba al gobierno en la toma
de decisiones para ayudar a salvar vidas?
No es el
Covid-19 el causante de estas agresiones; el virus es el pretexto para poner de
manifiesto una discriminación alentada por quien a través de sus palabras y de sus
acciones ha incitado a la confrontación desde el ambón del Salón Tesorería de
Palacio Nacional. Desde el inicio de este sexenio el actual presidente empezó a
emplear calificativos como “chairos” y “fifís” o “mafia del poder” y “pueblo
bueno” al referirse a unos u otros actores de la vida pública y social.
Las
continuas expresiones descalificadoras han envalentonado a sus seguidores y ha
llevado a la división entre quienes siguen creyendo promesas de campaña y los
que nunca le creyeron o se han decepcionado; entre quienes apoyan la violación
a la Constitución y quienes claman por un estado de derecho y una cultura de la
legalidad. El discurso mañanero ha sido capaz de dividir empresarios, familias,
medios de comunicación, políticos (aun dentro de su propio partido),
opinadores, etc. De hecho, su desempeño frente a la pandemia del Covid-19 ha
acentuado esa división.
Por ejemplo:
- A los empresarios (con quienes ahora intenta mejorar las relaciones) los ha llamado “minoría rapaz” y ante la petición de un plan de apoyo por la pandemia del Covid-9 los calificó como “un sector de la élite del poder”.
- A muchos medios de comunicación y periodistas los ha denominado “fifís” y recientemente, durante una larga “clase de periodismo” en la reunión mañanera, expresó que hay un periodismo cercano al poder: “es un periodismo de élite que no defiende al pueblo raso” y descalificó a varios medios de comunicación y columnistas.
- A las calificadoras de riesgos también las cuestionó cuando redujeron la calificación soberana de México y la calidad crediticia de Pemex: “La falla que tienen las calificadoras y los expertos en materia financiera es que aplican la misma metodología de hace más de tres décadas”.
- También ha descalificado a algunos movimientos sociales, como en el caso de “Un día sin mujeres”, denunciando una supuesta “mano negra de la derecha” que pretende “manipular” a las genuinas activistas para… ¡afectarlo a él!
- De la organización Mexicanos Contra la Corrupción expresó: ““Hay una asociación que se llama Mexicanos por la Corrupción… Ah, no, me equivoqué, mexicanos en Favor de la Corrupción. ¿No es así?”
Este tio de expresiones se repiten con gran frecuencia en las reuniones mañanera y no dudo que han contribuido a la división.
¿Cómo se entera la ciudadanía sobre estas expresiones?
Con la obligación
de encontrar “la nota” lo medios de comunicación concurren todas las mañanas a
la reunión con el presidente. Dado que casi nunca surge lo que puede
denominarse noticia, los reporteros tienen que dar a conocer lo que podría ser
más relevante.
Esa información, junto con la que generan los participantes
afines al presidente, presentes todos los días en la citada reunión -a quienes se les permite hacer el mayor número de preguntas (el 47 por ciento, de acuerdo con datos de Spin), empieza a
circular a través de las redes sociales y da pié a generar comentarios a favor
y en contra. Con ello también se profundiza la división.
Me parece
que una forma de no seguir alimentando la división es no escuchar o saber lo
que expresa el presidente. Eso implica que los medios de comunicación serios y responsables
no asistan a esas reuniones para evitar que se difundan los dichos y los hechos
que surgen de esas reuniones.
En su
conferencia del día 4 de mayo el presidente expresó: “No pocos insinuaban que
ya no hubiera mañaneras. Sería majadero decirles: Bueno, si no quieres que haya
mañaneras, no las vean, pero deja que los que quieran verlas se informen.”
Medios
serios: tomen la palabra y no cubran esas conferencias.
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